…Y yo pasé junto a ti, y te vi sucia en tus sangres, y te
dije vive, sí te dije vive… Y pasé otra vez junto a ti, y te miré, y cubrí tu
desnudez; y te di juramento y entré en pacto contigo, dice Jehová el Señor, y
fuiste mía…
Ezequiel 16:6,8
¿Por dónde comenzar?
La historia es larga y abrumadora, en cierto modo, quizá
común, el deseo de sentirse amada e importante quizá fue lo que me llevó al
final y al principio de todo, sí, en ese orden.
Y es que ¿Quién no desea tener un abrazo nocturno, un beso
en la frente de buenas noches y el susurro en el oído de un: Aquí estoy, yo te
cuido?
Sí, el deseo de una niña, que siempre quiso ser la princesa
de papá…
El anhelo de sentirse amada y protegida, jamás se fue, y se
convirtió en la pesadilla que me llevó a tomar las peores decisiones, aquellas
que me llevaron a vivir el infierno en vida.
Consumida en el rechazo, la marginación, la burla y la
difamación, buscaba fervientemente a alguien que fuera capaz de amarme con la
lista interminable de defectos que me acompañaban, pero lo único que conseguía
era satisfacer los bajos instintos de aquellos que engañosamente se acercaban
con la promesa del amor que jamás conocí, y fue así como prostituí mi corazón,
haciéndolo trizas una y otra vez, con la esperanza de poder encontrar el amor
eterno del que tanto hablan en las películas y cuentos, repitiéndome una y otra
vez que sí existía, y aun estando demasiado herida y con el corazón hecho
escombros, sabía que algún día lo iba a encontrar.
Cansada y abatida, me di por vencida, y aceptaba lo que
fuera que llegara a mi vida… ¿Quién podría amar alguien como yo? Esa era una
pregunta que me asaltaba todo el tiempo, por lo menos dos o tres veces al día.
Estaba tan sumergida en mi propia miseria que comencé a vivir solo por vivir, y
es que todo me salía tan mal que incluso al intentar terminar con mi vida
fracasé, como en todo lo demás.
Y fue así, como el me encontró, literalmente, ya no tenía
nada que perder, con una familia totalmente disfuncional, una dignidad
aplastada y una reputación que me hacía precedente con todos los que me
conocían… Y no lo soporté, debo admitir que ya le había escuchado antes, pero
acercarme me llenó de temor, y al escuchar su voz llamarme la primera vez, me
hizo huir, y era razonable ¿Cómo alguien como él, podría estarle hablando a
alguien como yo? Pero la segunda llamada ya no la pude resistir… Un tal
Jeremías lo describe así:
“Me sedujiste y fui
seducido, más fuerte fuiste que yo, y me venciste”
Y sucumbí ante su dulce voz, ante una ternura que jamás
imaginé que podría existir, nadie me había mirado así, con el amor que siempre
había deseado, y esta vez sin condicionarme, fue caer de rodillas y perderme en
esa presencia que me inundaba de pies a cabeza, era sentir como las costras que
causaban la infección y hacía supurar aquella herida estaban siendo retiradas,
limpiadas y sanadas haciendo que el hedor que despedían fuera desapareciendo…
Jamás imaginé que tal amor pudiera existir, me habían contado del Él, pero creí
mucho tiempo que eran solo cuentos hasta ese día…
Estando ahí, de rodillas, una vez que pude levantar mis
ojos, vi una cruz, y desde ahí supe que sus brazos estarían siempre abiertos
esperando que yo me refugiara en Él, y que solo se cerrarían para abrazarme y
darme el amor que siempre soñé… Comprendí entonces, que las ausencias y
carencias de la infancia, habían sido necesarias para conocer el amor que nunca
falla, que no es como el de los cuentos de hadas, ni el de las películas,
porque su amor no tiene final, porque su amor dura una eternidad, porque trae
vida, esperanza, propósito, porque resucita sueños, enciende anhelos y te da
alas.
Jamás volví a ser la misma desde entonces… Sí, a veces sigo
teniendo temor, a veces parece que puede haber algo de soledad, también el
cansancio y la tristeza se hacen presentes, pero ahora cada noche El me abraza,
besa mi frente y me dice: Aquí estoy, yo te cuido.
Ahora soy la princesa de Papá.