No para de llover, y el clima no ayuda en nada a mejorar el estado de ánimo...
Camino por la calle, el clima es frío, y ya la lluvia ha mojado mi calzado y parte de mi vestimenta, la tormenta crece, el paraguas no es suficiente para refugiarme del torrencial aguacero.
Finalmente logro subir al autobús que me llevará hacia mi destino, y por la ventanilla puedo observar el paisaje que el recorrido me ofrece, urbanidad, carros y entre todo esto, se logran asomar algunos árboles que le dan un toque rústico al paisaje... Me sumerjo de nuevo en mi mundo, sí, en ese que sólo existe en mi cabeza, en donde nadie tiene acceso y comienzo a pensar en mil cosas a la vez:
La familia, mis amigos, el trabajo, el entorno que me rodea, en mi vida...
Se viven los desamores, y son los que mayor desilusión causan en esta vida, parece como si nos hiciéramos adictos a esta sensación de vacío y de sufrimiento, como si ya no hubiera otra oportunidad de ser felices, sí, como si nuestra felicidad dependiera de alguien, como si no quisiéramos enfrentar a la soledad.
Fue el primer pensamiento que abordó a mi mente, sacudí mi cabeza y me di cuenta que todos los malos ratos habían terminado, que al fin las tormentas acababan de pasar.
La gente seguía abordando el autobús, yo seguía sumergida en mi, no solamente pensando en los desamores, estaba pensando en todo y en nada a la vez, escuchando mi propia voz dentro de mi cabeza, preguntando ¿Qué es lo que quieres? Pero una vez más no hay respuestas, o quizá mi ropa húmeda no me deja pensar, ya que mi piel comienza a erizarse por el frío...
Un abrazo, en ese instante fue lo que pude conciliar, sí un abrazo, quizá eso es lo que deseo en este momento, un cálido abrazo que me quite el frío y que no me permita escuchar esa voz en mi cabeza que me cuestiona todo lo que hago.
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